Oesterheld, Conti y Gleyzer: los artistas que fueron desaparecidos en La Matanza

Los artistas se convirtieron en desaparecidos tras haber sido trasladados al Centro Clandestino de Detención El Vesubio, ubicado en la localidad matancera de Ciudad Evita. Tres generaciones los recuerdan en El1.

Por Alejandro Moreyra

Quizá no sea casualidad que tres estandartes del arte nacional hayan sido detenidos, torturados y desaparecidos en El Vesubio, Centro Clandestino de Detención ubicado en la intersección entre la Ruta 4 y la Autopista Riccheri, que, en 1978, fue demolido para no dejar rastros ante la llegada de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Este infierno, que ya había sido utilizado por la Triple A desde un año antes del Golpe de Estado del 24 de marzo de 1976 -aunque en ese entonces era denominado La Ponderosa-, lucía un cartel en una de sus paredes que rezaba: “Si lo sabe, cante. Y, si no, aguante”. El historietista Héctor Oesterheld, el cineasta Raymundo Gleyzer y el escritor Haroldo Conti aguantaron.

A 35 años del comienzo de ese régimen del terror que masacró a una generación de pensadores y personas comprometidas con un modelo de mundo diferente, Juana Sapire, viuda de Gleyzer, Marcelo Conti, hijo de Haroldo, y Fernando Araldi, nieto de Oesterheld, hablaron con El1 sobre estos hombres que dejaron su estampa en la cultura argentina.
“Mi viejo y Gleyzer no solo eran compañeros en el PRT, sino que fueron secuestrados y desaparecidos en el mismo momento. Fue en mayo del ‘76, pero hay detalles que ni quiero saber”, apuntó Marcelo Conti, que tenía 16 años cuando desapareció su papá.

La familia Conti tiene dos tangentes. Por un lado, están él, su hermana Alejandra y su mamá, Dora Campos; y, por el otro, su otro hermano, Ernesto Agustín -el primer nombre, por Guevara y el segundo, por Tosco-, hijo de la segunda relación de Haroldo, con Marta Scavac, que tenía tres meses cuando su papá fue secuestrado. “Nos llevamos todos bien y manejamos la obra de mi padre entre los tres hermanos”, afirma Marcelo.

Fernando Araldi Oesterheld, nieto del historietista, tenía un año cuando desaparecieron sus padres. Luego, llegaría el turno de sus tres tías y respectivos tíos políticos y, más tarde, de su famoso abuelo.

La familia de Fernando se redujo a su abuela Elsa y a su primo Martín. “Mi primo agrandó la familia con dos hijos, pero aun buscamos a un hermano o hermana míos, y un primo o prima”. Su mamá y una de sus tías estaban embarazadas cuando las secuestraron.

Juana Sapire se fue exiliada, con su hijo Diego, a Manhattan. “Hoy, mi hijo está casado y es trabajador social”, señala la viuda de Gleyzer, sonidista cinematográfica, retirada, que está preparando un libro sobre su marido, junto a la especialista en cine Cynthia Sabat. La vida continúa, pese a todo.

¿Qué impronta dejaron estos hombres en la cultura nacional?
Juana Sapire: Lo ves en Internet, lo buscás y te das cuenta de lo que dejó y lo que él es para la gente. En los muchachos jóvenes que hacen cine, dejó una impronta muy fuerte. Justamente, ahora, estamos haciendo retrospectivas de Raymundo.

Marcelo Conti: Para alguien que hace cine o teatro, no solo la figura de mi padre, sino también de otros artistas aparecen permanentemente. Lo ves permanentemente reflejado, no solo en un centro cultural, sino también en una revista como Sudestada y, también, en la cultura general. A mí, lo que más me marcó fue que con mi padre y otros de sus compañeros, di mis primeros pasos en la política. Tuve la suerte de conocer a esa generación y de militar con ellos.

Fernando Araldi: A mí me gusta pensar a mi abuelo como un gran escritor. Él hizo literatura, más allá de haber escrito historieta. Tomo el caso de El Eternauta, una obra tan universal, con tantos matices literarios que traspasa el género. ¿Cuál es la impronta que dejó?: literatura al servicio de la educación de las masas populares, lo cual no es poco.
En relación al compromiso social, muy pocos intelectuales tuvieron el compromiso de luchar por un ideal como él lo hizo y a la edad que tenía.

¿Creen que hemos alcanzado cierta madurez democrática?
M. C. : Creo que sí, más allá de un gobierno en especial. Estos años nos han marcado y, colectivamente, hay una decisión de no perder esto. Este tipo de democracia ha permitido una serie de libertades que, viéndolas a la distancia, tienen un gran valor.

F. A. : Seguimos luchando por esa madurez, pero no sé hasta qué punto el grueso de la sociedad está dispuesto a involucrarse en esto. Estamos logrando muchísimo con la reapertura de los juicios a los responsables de la dictadura. Dirán, equivocadamente, que tenemos un afán de revancha, pero efectivizar la justicia y recuperar los nietos que nos faltan es construir democracia, le pese a quien le pese.

J. S. : Yo no vivo en Argentina desde el año '76, así que sería muy irrespetuoso de mi parte hablar de eso. Prefiero no opinar. Todo se ve en los hechos: si vamos para adelante, vamos. Mientras siga habiendo problemas gravísimos, la democracia no sirve para nada, pero, cuando estos problemas se solucionen desde el gobierno, eso será democracia.

¿Qué les queda, luego de 35 años, de ese momento?
J. S. : Ni olvido ni perdono. Lo dije en mi testimonio en el juicio por la desaparición de Raymundo. “Mi hijo los perdonó, pero yo no los perdono ni nada; él cree que Dios los va a juzgar, yo quiero lo peor para ustedes”.

M. C. : El hecho trágico no queda solo en la desaparición de un ser querido. Acá, se perdió un proyecto a nivel continental, no hay que perder de vista eso. No hay que quedarse solamente en la cuestión estrictamente personal.

F. A. : Yo tengo una ventaja: tenía un año cuando asesinaron a mi familia, con lo cual tengo otra cercanía a ellos y a su historia personal. Más allá del asesinato de mi familia, el sentimiento que tengo es de bronca por saber que masacraron a una generación muy inteligente, capaz de construir una clase dirigente mucho más digna.

Pese a que este artículo solo se centró en la figura de tres hombres reconocidos a nivel mundial, la reflexión de Juana Sapire es la más indicada para alcanzar una conclusión: “No hago diferencias entre quien desapareció en La Matanza, en Caballito o en Congreso, como tampoco lo haría Raymundo”.

Es que la mayoría de aquellos 30 mil desaparecidos eran personas anónimas. Pero, con su lucha, juntos, se convirtieron en la representación real de ese héroe colectivo que libró batalla contra “los Ellos” en El Eternauta.

Raymundo Gleyzer
Nació el 25 de setiembre de 1941.
Secuestrado el 27 de mayo del ‘76.
Director y crítico de cine especializado en el género documental.
Algunas obras destacadas: “México, la revolución congelada”, y “Ni olvido ni perdón”.
Hijo: Diego.
Curiosidad: Fue camarógrafo de la película “Adiós Sui Géneris”, del recital despedida de ese grupo filmado en el Luna Park en 1975.

Haroldo Conti
Nació el 25 de mayo de 1925.
Secuestrado el 5 de mayo del ‘76.
Novelista y guionista de cine.
Algunas obras destacadas: “Sudeste” y “Mascaró, el cazador americano”.
Hijos: Marcelo, Alejandra y Ernesto.
Curiosidad: Era un gran nadador. Con más de 40 años de edad, compitió con jóvenes en la bahía de La Paloma, Uruguay. “Salió muy bien posicionado”, asegura su hijo.

Héctor Oesterheld
Nació el 23 de julio de 1919.
Secuestrado el 24 de abril del ‘77.
Escritor y guionista de historietas. Experto en geología.
Algunas obras destacadas: “El Eternauta” y “Mort Cinder”.
Hijas: Diana, Beatriz, Estela y Marina (desaparecidas).
Curiosidad: Durante su secuestro en El Vesubio, además de torturarlo, lo obligaron a escribir una historieta sobre José de San Martín.

Fecha de Publicación: 2011-03-21
Fuente: El1